Nunca pensé que un viaje a Tailandia cambiaría mi vida para siempre. Había decidido viajar sola, buscando desconectar y redescubrirme. Fue en un pequeño hostal frente a una playa paradisíaca donde conocí a Carlos. Recuerdo la primera noche que hablamos. Estábamos sentados en la arena, con las estrellas brillando sobre nosotros y las olas acariciando la orilla. Esa noche fue mágica; hablamos durante horas, y antes de que me diera cuenta, nos dimos nuestro primer beso.
Años después, Carlos me llevó de vuelta a esa misma playa. Me vendó los ojos y, cuando los abrí, estaba de rodillas, sosteniendo un anillo y preguntándome si quería pasar el resto de mi vida con él. No había dudas en mi corazón; dije que sí.
Después de casarnos, quisimos llevar un pedacito de esa playa con nosotros para siempre. Tomamos un poco de arena y encargamos unos anillos personalizados. Cada vez que miro mi anillo, veo la arena encapsulada y recuerdo ese lugar donde comenzó nuestra historia. Es nuestro recordatorio de que, pase lo que pase, siempre tendremos ese lugar mágico donde nuestras almas se encontraron por primera vez.