Luna no era solo una mascota; era mi compañera, mi mejor amiga, y mi salvación en los momentos más oscuros. Llegó a mi vida cuando acababa de perder a mi madre, y me ayudó a seguir adelante cuando yo misma no encontraba razones para hacerlo. Su energía, su amor incondicional, y la forma en la que parecía entenderme sin palabras eran únicos.
Cuando Luna falleció, sentí como si una parte de mí se hubiera ido con ella. La casa se sentía vacía, cada rincón me recordaba a ella, y no sabía cómo llenar ese vacío. Una amiga me sugirió hacer algo especial, algo que me permitiera sentirla cerca siempre. Fue entonces cuando decidí convertir una pequeña parte de sus cenizas en un colgante con forma de huella.
Cuando lo recibí y lo vi por primera vez, no pude contener las lágrimas. Era perfecto. Ahora lo llevo conmigo todos los días, justo sobre mi corazón. Cada vez que toco la pequeña huella, siento que Luna sigue cuidándome, como siempre lo hizo. Es mi forma de honrar su memoria y todo lo que significó para mí.